miércoles, 9 de julio de 2014

Móvil nuevo

    Fic finalista del 1r Concurso de Fics Dioses Koreanos

Para KDarkblade


“Click”. Foto al cielo grisáceo. “Click”. Foto al mar encrespado. “Click”. Foto a la sombrilla a punto de iniciar un salto de longitud.
No estaba mal el smartphone que se había autorregalado. Después de tres charlas intensivas por parte de unas amigas sobre las bondades doramiles de los móviles coreanos, había pensado que no era mala idea hacerse con uno, aprovechando que ya tocaba renovar su terminal. Y se había dado el capricho de no comprar la mejor tecnología a juego con sus zapatillas.
Cambió a modo vídeo e hizo un barrido por el oleaje y la playa, abandonada progresivamente por los turistas ante la aproximación de un frente de nubes negro y tormentoso. Aún quedaba algún incauto contemplando la formación borrascosa. Entró en cuadro una figura femenina que le llamó la atención. Alta y delgada, enfundada en un vestido vaporoso muy veraniego y cubierta por una gran pamela, la mujer se deslizaba por la arena con elegancia, hasta que sus sandalias atraparon uno de los pliegues de la tela en plena ondulación, trastabilló y el bolso se suicidó en la arena.
Intentó reprimir una risa por la situación mientras valoraba si lo correcto sería dejar de grabar. Entonces la mujer se agachó para recoger sus cosas y al hacerlo, la pamela, cual ave de altos vuelos, tomó una corriente ascendente y se lanzó directa contra su cara.
Todo se quedó oscuro por un instante. Se quitó la pamela del rostro intentando no parecer muy avergonzado y observó que la extranjera ni se había percatado de la excursión del sombrero. Estaba concentrada en meter sus cosas en el bolso otra vez con la menor cantidad de arena posible.
Caminó hacia ella despacio. Al fin la mujer pareció percatarse que su pelo estaba sufriendo un ahuecado gratuito y alzó la vista, buscando la pamela viajera y hallándola en la mano de un muchacho que la miraba con expresión poco acogedora, como si fuera la última persona a la que esperaría ver.
La joven indicó tímidamente con el dedo índice hacia la prenda, ya que el desconocido seguía mirándola fijamente, cada vez más perplejo, hasta que un trueno le sacó de su estupor y alargó la mano para devolver la pamela a su dueña. Ella se incorporó esbozando una gran sonrisa pero no le dio tiempo ni a asentir con la cabeza en señal de agradecimiento. Se había pisado de nuevo el largo vestido y esta vez el tropezón la llevó directa en pos del sombrero.
Parpadeó perplejo, sin lograr procesar lo que acababa de ocurrir. Bueno, más o menos algo había captado. Una de sus musas acababa de caerle en los brazos. Ahí estaba su piel moteada de pecas, dado que la cc cream coreana no estaba aún preparada para resistir los vientos tormentosos veraniegos de las playas levantinas; sus ojos oscuros rasgados y su expresión de cándida torpeza.
Tampoco era cuestión de dormirse en los laureles. Su cerebro dio la orden de espabilarse y se enderezó con la joven aún entre los brazos, ayudándola a ponerse de pie sin pisarse el vestido. La expresión de ella era igualita que en las series, el gesto de sus labios avergonzado y el ceño levemente arrugado, acompañado de esa luminosa sonrisa de gratitud. Se recogió la melena tras las orejas y sonrió nuevamente, guiñando sutilmente los ojos al hacerlo.
Le costó no seguir embelesado y olvidarse de darle la pamela, pero logró comportarse e, incluso, ofrecerle la mano para cruzar la playa sin sufrir otra derrota de equilibrio contra el viento. Al salir a la calle se sentaron en un banco para quitarse la arena de los pies, él suspiró a falta de una acción más ocurrente y ella tosió. Las nubes oscuras avanzaban en tromba hacia el paseo marítimo.
Se miraron de reojo. Aunando todo el valor que podía encontrar en ese momento, él inquirió en inglés:
— ¿Are you o.k.?
En algún lugar de su memoria se hallaba la forma de decirlo en coreano, pero en ese instante su cerebro se encontraba en estado comatoso y no podía hacer nada más que sus funciones básicas.
Ella volvió a sonreír y asintió. Le entró la duda de si le había entendido o solo hacía ese gesto por educación. Rápido, tenía que encontrar otra frase que pronunciar en inglés para salir de la incertidumbre.
— That’s great —sonrió a su vez, y volvió la vista al mar para poder llamarse inútil en varios idiomas mentalmente.
Un goterón interrumpió la trepidante conversación. Le siguieron cinco más. La tormenta había llegado. Un relámpago iluminó el cielo y le hizo ponerse en pie de un salto, no por miedo sino más bien al darse cuenta que no llevaba su nuevo móvil en la mano. Ella le vio alejarse sobre la arena maldiciendo en un idioma que se hablaba en esa ciudad, sospechando por los gestos que debía haber perdido algo; incluso se puso en pie para ofrecer ayuda, pero entonces estornudó, tosió, volvió a estornudar más fuerte, y el bolso playero realizó otro virtuoso suicidio de sus pertenencias para acompañar la lluvia que comenzaba a arreciar. Fijo que empeoraría del resfriado y su manager iba a matarla.
Rastreando con la mirada por donde creía que habían caminado, el muchacho al fin vislumbró una superficie metálica sometida estoicamente al aguacero. Saltó sobre ella cual portero. Con un suspiro aliviado se incorporó dignamente y se apresuró a regresar al banco, que soportaba en solitario el chubasco.
Miró la cafetería que recibía a los transeúntes despistados en busca de un refugio seco. Le hubiera encantado invitarla a tomar un café, sentarse frente a ella, confesarle que era un gran fan suyo y preguntarle qué hacía en España, pero las posibilidades se movían entre imposibles e inexistentes.
Tras poner una queja formal contra la ley kármika o cualquier principio que regulara el mundo, salió de la playa empapado y volvió la vista por última vez al banco. Bajo sus patas se anegaban un pastillero, dos caramelos y un teléfono móvil. Se detuvo en seco. Bueno, en húmedo, más bien, y atrapó los objetos con rapidez antes de cobijarse bajo el toldo de la salvadora cafetería.

Se consideraba un buen chico. No pensaba cotillear el smartphone. No debía hacerlo, aunque supiera manejarlo porque era el mismo modelo que él tenía y no estaba protegido con ninguna contraseña. No, no iba a hacerlo… Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios cuando el teléfono comenzó a vibrar con una llamada entrante

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