Fic finalista del 1r Concurso de Fics Dioses Koreanos
Para KDarkblade
“Click”. Foto al
cielo grisáceo. “Click”. Foto al mar encrespado. “Click”.
Foto a la sombrilla a punto de iniciar un salto de longitud.
No estaba mal el
smartphone que se había autorregalado. Después de tres charlas
intensivas por parte de unas amigas sobre las bondades doramiles de
los móviles coreanos, había pensado que no era mala idea hacerse
con uno, aprovechando que ya tocaba renovar su terminal. Y se había
dado el capricho de no comprar la mejor tecnología a juego con sus
zapatillas.
Cambió a modo vídeo e
hizo un barrido por el oleaje y la playa, abandonada progresivamente
por los turistas ante la aproximación de un frente de nubes negro y
tormentoso. Aún quedaba algún incauto contemplando la formación
borrascosa. Entró en cuadro una figura femenina que le llamó la
atención. Alta y delgada, enfundada en un vestido vaporoso muy
veraniego y cubierta por una gran pamela, la mujer se deslizaba por
la arena con elegancia, hasta que sus sandalias atraparon uno de los
pliegues de la tela en plena ondulación, trastabilló y el bolso se
suicidó en la arena.
Intentó reprimir una
risa por la situación mientras valoraba si lo correcto sería dejar
de grabar. Entonces la mujer se agachó para recoger sus cosas y al
hacerlo, la pamela, cual ave de altos vuelos, tomó una corriente
ascendente y se lanzó directa contra su cara.
Todo se quedó oscuro
por un instante. Se quitó la pamela del rostro intentando no parecer
muy avergonzado y observó que la extranjera ni se había percatado
de la excursión del sombrero. Estaba concentrada en meter sus cosas
en el bolso otra vez con la menor cantidad de arena posible.
Caminó hacia ella
despacio. Al fin la mujer pareció percatarse que su pelo estaba
sufriendo un ahuecado gratuito y alzó la vista, buscando la pamela
viajera y hallándola en la mano de un muchacho que la miraba con
expresión poco acogedora, como si fuera la última persona a la que
esperaría ver.
La joven indicó
tímidamente con el dedo índice hacia la prenda, ya que el
desconocido seguía mirándola fijamente, cada vez más perplejo,
hasta que un trueno le sacó de su estupor y alargó la mano para
devolver la pamela a su dueña. Ella se incorporó esbozando una gran
sonrisa pero no le dio tiempo ni a asentir con la cabeza en señal de
agradecimiento. Se había pisado de nuevo el largo vestido y esta vez
el tropezón la llevó directa en pos del sombrero.
Parpadeó perplejo,
sin lograr procesar lo que acababa de ocurrir. Bueno, más o menos
algo había captado. Una de sus musas acababa de caerle en los
brazos. Ahí estaba su piel moteada de pecas, dado que la cc cream
coreana no estaba aún preparada para resistir los vientos
tormentosos veraniegos de las playas levantinas; sus ojos oscuros
rasgados y su expresión de cándida torpeza.
Tampoco era cuestión
de dormirse en los laureles. Su cerebro dio la orden de espabilarse y
se enderezó con la joven aún entre los brazos, ayudándola a
ponerse de pie sin pisarse el vestido. La expresión de ella era
igualita que en las series, el gesto de sus labios avergonzado y el
ceño levemente arrugado, acompañado de esa luminosa sonrisa de
gratitud. Se recogió la melena tras las orejas y sonrió nuevamente,
guiñando sutilmente los ojos al hacerlo.
Le costó no seguir
embelesado y olvidarse de darle la pamela, pero logró comportarse e,
incluso, ofrecerle la mano para cruzar la playa sin sufrir otra
derrota de equilibrio contra el viento. Al salir a la calle se
sentaron en un banco para quitarse la arena de los pies, él suspiró
a falta de una acción más ocurrente y ella tosió. Las nubes
oscuras avanzaban en tromba hacia el paseo marítimo.
Se miraron de reojo.
Aunando todo el valor que podía encontrar en ese momento, él
inquirió en inglés:
— ¿Are you o.k.?
En algún lugar de su
memoria se hallaba la forma de decirlo en coreano, pero en ese
instante su cerebro se encontraba en estado comatoso y no podía
hacer nada más que sus funciones básicas.
Ella volvió a sonreír
y asintió. Le entró la duda de si le había entendido o solo hacía
ese gesto por educación. Rápido, tenía que encontrar otra frase
que pronunciar en inglés para salir de la incertidumbre.
— That’s great
—sonrió a su vez, y volvió la vista al mar para poder llamarse
inútil en varios idiomas mentalmente.
Un goterón
interrumpió la trepidante conversación. Le siguieron cinco más. La
tormenta había llegado. Un relámpago iluminó el cielo y le hizo
ponerse en pie de un salto, no por miedo sino más bien al darse
cuenta que no llevaba su nuevo móvil en la mano. Ella le vio
alejarse sobre la arena maldiciendo en un idioma que se hablaba en
esa ciudad, sospechando por los gestos que debía haber perdido algo;
incluso se puso en pie para ofrecer ayuda, pero entonces estornudó,
tosió, volvió a estornudar más fuerte, y el bolso playero realizó
otro virtuoso suicidio de sus pertenencias para acompañar la lluvia
que comenzaba a arreciar. Fijo que empeoraría del resfriado y su
manager iba a matarla.
Rastreando con la
mirada por donde creía que habían caminado, el muchacho al fin
vislumbró una superficie metálica sometida estoicamente al
aguacero. Saltó sobre ella cual portero. Con un suspiro aliviado se
incorporó dignamente y se apresuró a regresar al banco, que
soportaba en solitario el chubasco.
Miró la cafetería
que recibía a los transeúntes despistados en busca de un refugio
seco. Le hubiera encantado invitarla a tomar un café, sentarse
frente a ella, confesarle que era un gran fan suyo y preguntarle qué
hacía en España, pero las posibilidades se movían entre imposibles
e inexistentes.
Tras poner una queja
formal contra la ley kármika o cualquier principio que regulara el
mundo, salió de la playa empapado y volvió la vista por última vez
al banco. Bajo sus patas se anegaban un pastillero, dos caramelos y
un teléfono móvil. Se detuvo en seco. Bueno, en húmedo, más bien,
y atrapó los objetos con rapidez antes de cobijarse bajo el toldo de
la salvadora cafetería.
Se consideraba un buen
chico. No pensaba cotillear el smartphone. No debía hacerlo, aunque
supiera manejarlo porque era el mismo modelo que él tenía y no
estaba protegido con ninguna contraseña. No, no iba a hacerlo… Una
sonrisa traviesa se dibujó en sus labios cuando el teléfono comenzó
a vibrar con una llamada entrante
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