Dedicado a Minho, que es un amor.
Había
aprendido. La broma de las notitas le había hecho ver que su
comportamiento con la gente en general, y con sus compañeros en
particular, no había sido correcto, ni mucho menos. Y se prometió a
sí mismo cambiar, aunque fuera poco a poco. Al principio recibió
muchas miradas sorprendidas, e incluso suspicaces, pero ahora ganaban
las sonrisas. Las había recibido incluso de fans extranjeras, como
en el fansigning del repackage. Menuda cara se le quedó a la guiri
cuando le habló en inglés... Pero al final se fue encantada.
También
había decidido aceptar citas a ciegas. Siempre se había negado: le
parecían puro teatro, dos personas desconocidas actuando para vender
lo mejor de ellas. Ya bastante farsa tenía en su vida como idol,
como para seguir fingiendo en su vida privada. Pero sus amigos decían
que solía ser divertido, y sus padres insistían en presentarle a
hijas de amigos y conocidos, así que pensó que no perdía nada
intentándolo.
La
cita era en la cafetería de uno de los hoteles más caros de Seúl.
Llegó con bastante antelación, para poder observar a su pareja de
lejos y estar preparado antes de entablar conversación. En el camino
hacia su mesa, una extranjera tomaba algo acompañada de un hombre.
Su sonrisa era calcada a la que solía poner el líder cuando estaban
trabajando: brillante y cortés. El hombre dejó de mirarla para
atender a su móvil, y la máscara cayó de pronto: sus ojos se
entrecerraron, convirtiéndose en una mirada asesina, y sus labios
formaron una mueca de asco. Tuvo que taparse la boca y toser, para
camuflar la risa que le había producido semejante cambio repentino,
justo cuando pasaba a su lado. Los dos le miraron, curiosos.
Decidió
sentarse detrás de ella, haciendo señas al camarero para
comunicarle el cambio. Se echó para atrás lo más que pudo,
intrigado, intentando escuchar su conversación. El hombre estaba
hablando.
-
Disculpa la interrupción, era un mensaje de mi madre. Era para
avisarme que no llegue tarde a cenar: quiere que coma todo en su
punto justo.
-
Qué maja tu madre… - La ironía rebosaba en cada palabra. Esto iba
a ser divertido.
-
Sí, me cuida muy bien. Creo que es muy importante que una mujer sepa
cuidar de su pareja y de sus hijos, ¿tú no? Ahora hay demasiadas
mujeres que anteponen su vida laboral a la familiar, y eso no debería
ser así.
-
Ajá. O sea, que tú piensas que la mujer que se case contigo tendría
que quedarse en casa, a cuidar de ti y de tus hijos. - El tono de
enfado se iba notando cada vez más, y el idiota de él no se estaba
dando cuenta de que pisaba terreno resbaladizo. Se estiró un poco
más hacia atrás para oír mejor.
En
ese momento llegó su cita: una chica muy guapa, con un vestidito muy
cuqui y una vocecilla dulce. O eso creía, porque seguía distraído
con la conversación, y dejó de hablar con ella en cuanto se sentó.
Volvió a pegar la oreja.
-
No entiendo por qué dices que soy un machista. Aquí siempre se ha
pensado así y no está mal visto. - Se le notaba ofendido, indignado
por la negación de ella de una verdad tan clara. - Además, me
tendrías que estar agradecida por quedar hoy contigo: eres una
extranjera. Yo sólo he venido porque mi madre insistió…
“Qué
sutil”, pensó, divertido. El chirriar de las patas de la silla de
ella, cuando se levantó de golpe, se oyó en toda la cafetería.
-
Esto ya es lo último que me faltaba por oír de ti, cenutrio. He
perdido una hora de mi vida escuchando tus estupideces por seguir el
consejo de una buena amiga, pero hasta aquí llego. - Se inclinó
sobre la mesa, acercando su cara a la de él, amenazante: - Ojalá de
verdad encuentres a alguien como tu madre, encanto: no es más que lo
que te mereces.
Él
había acercado tanto su silla para escuchar que, cuando ella tiró
con rabia de su bolso al marcharse, le golpeó directamente en la
cabeza, produciendo un sonido alarmante. El silencio que siguió fue
sepulcral. Después, esa niña tan mona que era su cita sacó la
bruja que llevaba dentro, y, levantándose, empezó a gritarle a la
extranjera y a insultarla con muy malas formas. Él sujetaba su
cabeza entre las manos, dolorido y sin saber qué hacer. De repente,
la cara de ella apareció ante sus ojos.
-
¿Se encuentra bien? ¿Le he hecho mucho daño?- La verdad era que
no, pero si reaccionaba de alguna forma, ella podría preguntarse por
qué él estaba tan pegado a su silla, lo que daría lugar a
explicaciones embarazosas. Así que siguió en la misma postura. - Lo
siento mucho, ha sido un accidente. ¿Quiere que le lleve a un
hospital?
Estaba
empezando a darle pena, porque su tono parecía realmente preocupado,
pero siguió sin moverse. - Si no quiere ir conmigo, por favor, haga
que le lleve alguien. Y, con lo que sea, comuníquemelo, yo pagaré
los gastos. Le dejo aquí mi tarjeta. Lo siento muchísimo, de
verdad.
Y
se fue. Tenía su tarjeta. Qué interesante...
*****
Debía
de haberse equivocado. ¿Qué hacían todas esas chicas delante de
unas oficinas? ¿Habían venido a una entrevista? Aunque no tenían
pinta de ello. Parecían estar esperando algo, no podía imaginar
qué. Pasó al lado de ellas, dirigiéndose a la garita de seguridad.
Enfrente del edificio había un parquecillo, y le pareció ver a
chicas allí también, algunas extranjeras como ella. Seguía sin
entender nada. Le dio su nombre al guarda, y, tras comprobar que la
cita era correcta, éste le pidió que se acercase a la puerta. Al
subir los escalones, escuchó en español: “Y esa guarra, ¿adónde
cree que va?”. Se iba a dar la vuelta, escandalizada, cuando la
puerta se abrió y la invitaron a entrar, mientras las chicas de
fuera hacían constar su indignación contra ella con palabras que
preferiría no volver a oír.
¿Dónde
coño se había metido? Siguió a una joven guapísima hasta un
ascensor acristalado, desde el que se podía ver el exterior, lleno
de nenas. Salieron y la muchacha le señaló una silla en el pasillo,
pidiéndole que esperara hasta que avisara a su cita.
Su
cita no era otro que el chico al que le pegó el bolsazo, el cual le
había llamado esa semana, pidiéndole por favor que fuera a la
dirección que le iba a dar, porque le era imposible quedar en otro
sitio, e instrucciones de qué hacer al llegar allí. Hablarían del
incidente de la cafetería, algo que llevaba temiendo que pasara
tarde o temprano. Bueno, mejor quitárselo de encima cuanto antes.
Pero
este sitio era raro de cojones. Se oía música amortiguada
filtrándose por alguna puerta, y risas y voces que la acompañaban.
Una de esas puertas se abrió de repente, dejando ver un diseño de
nubes en la pared, y empezó a salir una ristra de chicos, sudados
como si hubieran estado haciendo ejercicio. “Joder, ¿y éstos?”,
pensó, sorprendida de lo guapos que eran. Fueron pasando a su lado,
mirándola y saludándola, alguno con una sonrisa radiante, lo que
casi hizo que le sangrara la nariz. Pero sólo casi. Eso sí, su cara
de idiota debía de ser de traca. Intentaba reponerse, cuando un
chico, el último que pasaba, se paró y la miró.
-
Hola, ¿esperas a alguien o te has colado para espiarnos? – Era tan
guapo que tiraba de espaldas. Entre eso y sus palabras, se quedó
muda, sin poder reaccionar.
-
Niño, viene a verme a mí, así que ya te estás largando. – Ahí
estaba el del bolsazo. Ahora que le veía bien, no desentonaba con el
resto de joyas que había estado viendo desde que entró. Empezó a
sentirse rara. ¿Qué leches era este sitio?
-
Hyung, no es la de la última vez. – El bellezón la miró con
detenimiento. - ¿Ya te has cansado de ella?
El
otro chico cerró los ojos y apretó los labios, como conteniéndose
para no hacer algo. Respiró hondo un par de veces, y consiguió una
sonrisa tensa y una mirada medio amable hacia el guapito.
-
¿No te gustaría ir a comprar leche de plátano? Yo te invito…
-
Ya no la tomo, desde que alguien me llamó gordo por hacerlo… -
Frunció los labios en un mohín enfadado, y a ella le entró tal
risa, que tuvo que taparse la boca con la mano. Pero no sirvió de
nada, se dieron cuenta, lo que provocó que uno frunciese el cejo, y
el otro sonriese de oreja a oreja.
-
Me gusta tu amiga nueva, hyung. ¿La vas a invitar a nuestro
dormitorio?
-
¡¡¡NO!!!
El
guapetón y ella pegaron un respingo del susto, mirando asombrados al
otro chico. Él se repuso y sonrió, aún nervioso.
-
Sígame, por favor. – Miró al precioso. - Y tú y yo ya
hablaremos después…
Le
siguió, pero no pudo resistirse a echarle un último vistazo al
guapetón. Le estaba sacando la lengua a su hyung. Al ver que le
miraba, volvió a sonreírla y le dijo adiós con la mano. Ella
sonrió a su vez, encantada, y correspondió a su saludo.
Llegaron
a la puerta de una sala, e iban a entrar cuando se abrió y otros dos
chicos, uno moreno y otro rubio, salieron de ella. Se pararon al ver
al chico.
-
Ya hemos terminado de probarnos la ropa que vamos a llevar en el
nuevo álbum, y te vas a partir de risa con los pantalones de hyung.
– El muchacho moreno tenía una expresión traviesa mientras
hablaba con su acompañante. – Esta vez se les ha ido mucho la
pinza a las coordis, va a haber cachondeo para años… - Se rió,
con una voz profunda. “Otro para la colección”, pensó ella, con
la cabeza dándole vueltas. En ese momento, se percató de su
presencia.
-
Oh, ésta es nueva. ¿Ahora las traes aquí? ¿No sería mejor
nuestro dormitorio?
-¡¡¡NO!!!
Los
dos dieron un respingo, el segundo por su parte. El chico rubio
pareció salir en ese momento de su estupor, dedicándole una sonrisa
resplandeciente que la dejó al borde del colapso. Tenía que salir
de allí cuanto antes, o no lo iba a contar.
-
Tu gusto mejora en cuestión de chicas, niño. Invítala algún día
al dormitorio a tomarse algo. – Miró a su acompañante. –
Vámonos, que esta noche mi omma ha mandado croquetas.
Y
se fueron. Miró al pobre chaval a su lado: tenía los labios
apretados y los ojos y los puños cerrados. Consiguió relajarse un
poco y volvió a sonreírle.
-
Espero que no haya más interrupciones. Pase, por favor. – Le abrió
la puerta, invitándola a pasar. Era una sala de reuniones, con una
mesa alargada y varias sillas. En una de ellas estaba sentado un
chico rubio platino, tomándose algo. Al verles, sonrió y abrió la
boca, pero fue interrumpido antes:
-
No, no es la de la última vez, y no, no voy a invitarla al
dormitorio. ¿Satisfecho? Pues ya te estás yendo, gracias – El
chaval estaba alucinado ante semejante ataque. Se levantó y echó a
andar hacia la puerta.
-
Pues yo sólo iba a comentarte las pintas que vamos a llevar en el
comeback, pero gracias por la información. – Al llegar a su
altura, la miró. – Cuando te canses de él, pídele mi móvil,
guapa. – Le guiñó un ojo y se fue corriendo.
-
No tienen remedio – suspiró. – Por favor, siéntese.
*****
La
miró mientras ella pensaba. Estaba cada vez más convencido de que
su idea era genial, pero sólo faltaba que ella diera el visto bueno.
Le miró.
-
Ahmmm… Entonces quieres que me haga pasar por tu novia, en
compensación por el incidente del bolso… - Habían pasado al tuteo
de una forma natural.
-
Creo que sería lo más justo. – Se recostó en la silla, cruzando
los brazos. – Mis padres y mis amigos están muy pesados con que
conozca a chicas de fuera del circuito de los famosos, y ahora, con
el comeback, no tengo tiempo para estar quedando. Además, al ser
extranjera, mis padres no insistirán en conocerte ni en conocer a
tus padres, y, si yo les digo que estoy muy enamorado de ti,
esperarán a que se me pase con el tiempo. – Le sonrió, intentando
convencerla. – Sólo serían un par de meses, como mucho. En cuanto
me den un descanso, lo dejaremos.
Ella
seguía mirándole con los ojos entrecerrados, suspicaz. Levantó una
ceja.
-
¿Y va a haber mucho contacto físico? Porque a eso me niego…
Mierda,
no lo había pensado. Contestó rápidamente.
-
Bueno, lo justo para que sea creíble: ir de la mano de vez en
cuando, pasarte un brazo por los hombros en alguna ocasión… - Ella
frunció el cejo. – Nada de besos, lo juro.
-
Vale, de acuerdo, pero en cuanto uno de los dos empiece a estar
incómodo, esto se ha acabado. – Le acercó la mano por encima de
la mesa, y él se la estrechó.
Estaba
eufórico, no sabía si por haber solucionado el embrollo de las
citas, o porque ella hubiera aceptado semejante acuerdo. Le dio por
mirar hacia la puerta: tres caras estaban pegadas a los cristales
traslúcidos, y se veía la sombra de un cuarto saltando por detrás.
-
¡¡¡¿¿¿QUÉ HACÉIS AHÍ, ESPIANDO???!!! ¡¡¡OS VOY A PARTIR
LAS PIERNAS, PANDA DE COTILLAS!!!
Se
levantó, corriendo hacia la puerta. Las caras desaparecieron de
repente, y cuando salía, escuchó la risa encantada de ella a sus
espaldas. Esto iba a salir muy bien.
*****
Inspiró
hondo para tranquilizarse, viendo cómo él la miraba otra vez con
esa sonrisa tan dulce. Tenía que hacerlo, por el bien de ambos. No
podían seguir así.
Habían
sido unos meses deliciosos. La incomodidad del principio había dado
paso a una complicidad creciente, descubriendo que se llevaban muy
bien. Además, sus compañeros de dormitorio eran unos encantos, y
había pasado con ellos momentos muy divertidos. Les tenía un cariño
inmenso, y también le iba a doler perder eso.
Porque
había venido a terminar el acuerdo. Se dio cuenta cuando un día se
encontró mirando el móvil, esperando con ansiedad que él la
llamara. Y, recordando, advirtió que no había sido solamente ese
día, sino que ya llevaba tiempo así. Se había enamorado de él sin
percatarse, durante esas salidas a cenar, esas noches en el cine o
los paseos por el río. En un primer momento siempre estaban
acompañados, pero poco a poco fueron quedando solos más veces, y
ahora era lo más común. Los dos meses se habían convertido en seis
sin apenas darse cuenta, y ninguno de los dos había dado señales de
cansancio. Al contrario, sus caras de felicidad al encontrarse eran
cada vez más patentes.
-
¿Qué es tan urgente para venir al dormitorio a verme? – Él
estaba agradablemente sorprendido de verla. Se habían metido en su
habitación, para tener más intimidad.
-
Quiero acabar con el acuerdo. Ya estoy cansada. – La opresión en
el pecho le dificultaba hablar, pero inspiró hondo y continuó,
haciendo caso omiso de su expresión perpleja. – A partir de ahora,
no me llames, no voy a contestar. Ah, por cierto, – buscó en su
bolso y sacó el móvil - ¿me podrías dar el número de tu
compañero? Me dijo que te lo pidiera cuando me cansara de ti.
La
rabia cruzó el rostro de él, y, de un manotazo, mandó su móvil
volando a una de las camas.
-
Pídeselo a él, si tanto te interesa – le espetó, con los dientes
apretados.
-
Muy bien, eso voy a hacer. – Se dio la vuelta, intentando escapar
antes de que él viese sus ojos, llenos de lágrimas. Pero no llegó
muy lejos, porque una mano agarró su brazo y la empujó hacia él,
encerrándola en un abrazo y besándola a la fuerza.
Se
debatió, furiosa: - ¿Qué crees que estás haciendo?
El
abrazo se aflojó de golpe. Él apoyo su frente contra la suya,
suspirando.
-
No te vayas, por favor. – Su corazón perdió un latido. – Pienso
en ti a todas horas, no encuentro el momento en el trabajo para parar
y poder mandarte un mensaje, o llamarte y escuchar tu voz. Miro el
teléfono continuamente, esperando tus llamadas, y cuando quedamos,
el día se me hace eterno hasta que te veo. – Volvió a besarla,
esta vez suavemente, acariciando sus labios con la lengua. – Por
favor, quédate…
-
No me hagas esto… - Le abrazó, pegando su cuerpo al suyo,
respondiendo al beso.
La
puerta se abrió, y se escuchó una voz:
-
Acordaos que los de sabores están en el primer cajón de mi mesilla.
FIN
Taesang
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Releyendo mientras espero algo nuevo jajajaja.. No es presión, aclaro...
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